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Nueva pero no novata. La nueva Escuela Massana de Carme Pinòs

El singular nuevo edificio de la legendaria Escuela Massana nace, paradójicamente, de rastrear el lugar.

Ser diferente no es fácil. No todos los arquitectos son capaces de dotar a sus edificios de un carácter singular. La singularidad admite pocos matices. O se consigue o aboca al patetismo. Por eso tratar de ser diferente no suele merecer la pena. Otra cosa es resultar diferente. La diferencia tiene sentido –también en arquitectura– cuando construye identidad, cuando aboga por mayor libertad, cuando indica un camino –que puede ser la desaparición en un contexto o la redefinición de un barrio– o, en el caso de los edificios, cuando imprime carácter potenciando el componente comunicativo de la arquitectura.

La barcelonesa Escola Massana representa lo mejor de una ciudad. De un lado, fue precisamente un ciudadano, el pastelero Agustí Massana, el filántropo que la fundó hace casi noventa años, en 1929. Nacía como institución cultural y se fue convirtiendo en un centro de estudios artísticos (oficios artísticos, arte y diseño) reconocidos por su apoyo a la experimentación y por su defensa de las cualidades personales de los alumnos. Ese mismo objetivo encarna el nuevo inmueble levantado por la arquitecta Carme Pinós. El inmueble experimenta con una ubicación compleja y deriva su presencia de las cualidades de ese lugar.

Así, para acometer la transformación –el traslado de la Escola de un inmueble emblemático, el Hospital de la Santa Creu, donde funcionaba desde 1935, a su nueva sede ubicada en la Plaça de la Gardunya, la arquitecta ha buscado la singularidad y, paradójicamente a la vez, ha señalado que su proyecto nace “de rastrear el lugar”, de escucharlo y estudiarlo.

Si en su antigua sede gótica, del siglo XV, la Escola Massana convivía con dos bibliotecas, en su nueva sede en una plaza del Raval, la escuela convive con las viviendas y el mercado del barrio. Esta inserción cuidadosa –tan cuidadosa que ha tenido en cuenta el futuro– es la que ha dibujado el edificio. “Con el objetivo de evitar que la escuela capitalice toda la plaza, situamos la entrada principal delante de la futura conexión con el patio de la Biblioteca de Cataluña y creamos un nuevo espacio público entre la plaza de la Gardunya y la vecina plaza del Canonge Colom”. El resultado es un edificio vivo y atento cuya fachada principal mira a todos los vecinos, no solo a los que tiene delante.

El espacio interior de la escuela busca dar voz a lo que pidieron alumnos y profesores: es abierto y, a su vez, trata de acercarse al exterior. Las terrazas al final de cada espacio de circulación miran a la plaza, relacionan el aprendizaje con la ciudad. No aíslan al estudiante, lo arraigan en el barrio.

Aunque cada fachada de la escuela se explica en relación con su contexto más inmediato –los diversos edificios colindantes– y, a pesar de la geometría fragmentada del terreno, el inmueble es uno, no una suma de partes. Su desdoblamiento es su identidad. Como representa una institución de futuros artesanos y diseñadores, Pinós y su equipo la han envuelto con un material cerámico fabricado de manera artesanal.

Así, la primera lección de este edificio es política. Su ubicación, en un barrio popular junto al mercado más emblemático de Barcelona –La Boquería–devuelve a la escuela la rotundidad de su anterior y muy diversa sede. La voluntad de la arquitectura de señalar el lugar, y a la vez plegarse a él, informa a los estudiantes de que la contradicción aparente, o la paradoja, son materiales con los que trabajar la creación cuando la ambición personal tiene en cuenta el respeto hacia lo que ya existe.

Por ANATXU ZABALBEASCOA

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